viernes, 11 de mayo de 2012

Poema a mi pueblo "Sardinata"


ME GUSTA

Te miro ahora, mi pueblo y me pareces pequeño;
pero me gustabas más cuando eras aún más pequeño.
En alpargatas andabas y, a  cada paso asomada,
por las calles empedradas
la gracia se estremecía entre briznas de alegría
con florecillas de nada.
Y en las oquedades de viejos acacios
cómo se enredaban, dulce algarabía,
diminutas alas, breves surtidores de melancolía.
Y cómo jugaban las viejas muladas,  las crines al viento,
relinchos y coces,  gastada herradura que en dulce liturgia
de los campanarios soltaba las voces.
Y el río que siempre dulce, rumoroso
plantaba las hierbas del buen hortelano
y soltaba flores como mariposas
y acercaba troncos y viejas raíces
a las viejas casas de viejos fogones.
Y las carreteras de rostro empolvado con sus caña bravas y matarratones,
arreglos, acordes de vieja cigarra
que al final del día subían con la luna
a tejer camisas y blancos pañales,
que el sol mañanero llevaba a la cuna.
Y el camino largo, los grandes potreros,
las cercas de alambre, las dulces vacadas,
los copos de hierba, las tiernas aromas
y el sol que sediento iba a la quebrada.
Y la sombra vieja de las viejas casas,
los grandes solares donde las gallinas fabricaran huevos
y los entramados, perfecto vendaje que leve caía,
sinfonías emplasto de araña ternura, sobre el tronco viejo siempre cicatrices.
Te pienso, mi pueblo en noche estrellada,
con palmas furtivas en fresca mañana,
con samán frondoso y fuente agostada,
en viejos escaños donde los abuelos en la copa vieja de un viejo sombrero
recogen ahora los trozos de ensueño
que quedaran rotos una madrugada.
Me gustan las cuerdas y los guitarreros,
la tierra festiva que huele a guayaba,
la brisa coqueta que pasa saltando y la blanca nube.
Me gusta la calma del viejo camino,
la sombra del árbol, la inquieta hojarasca
 y el paso apurado que lleva a la casa
alforjas, canastos siempre campesinos.
Y me gusta el falso con sus andaduras,
la vaca que rumia los tiempos perdidos,
el dulce breviario de los pajarillos,
las leves cometas que pone la hierba
gallinas y patos, el árbol vencido;
los hongos preclaros, las leves orugas,
caminos y hormigas entre siemprevivas.
Me gustan las rosas con olor a nube
y aquellas que saben a tarde sin par,
las breves que tiemblan como los luceros,   
aquellas que siempre renuevan su andar.  
Me gusta la madre que aguarda en la cuna
y el tiempo que surca, a veces fugaz,
me gusta la tarde que va al campanario
y el sol que entre nubes se sienta a rezar.
Y me gusta el verso dulce de la palma,
esa sinfonía que batiendo va,
 el camino largo serpeando entre riscos
y las golondrinas que hablaran del mar.
Me gusta la nube que sabe de cuencas,
esa que se bebe el agua, sin más,
el terrón que agita su brazo cansado,
el árbol que aguarda a los caminantes
y la vieja piedra, asiento, bondad.
Me gustan los surcos y las mariposas,
los verdes maizales, las copas en flor,
me gusta la tierra que aran las lombrices
y las cicatrices del viejo azadón.
Me gustan los predios que saben de bienes,
que no se sonrojan ni esconden su ser,
que guardan la vida entre las raíces,
la acunan, la cuidan, la sueltan después.
Me gustan las frutas que saben de abejas,
aquellas que escuchan canciones de amor,
las que alzando el rostro elevan la tierra
como el campesino cuando muere el sol. 

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